5th Sep 2025
Había una vez un globo rojo que vivía en la mesa de una pequeña tienda. Un día, un niño llamado Tomás entró y sus ojos brillaron al ver el globo. —¡Ven conmigo! —dijo Tomás, sonriendo. El globo, atado a su cuerdita, soñaba con volar alto y ver el mundo desde el cielo.
Tomás salió corriendo al parque con su globo. —¡Mira cómo bailo! —gritó el globo, moviéndose de un lado a otro. De repente, un viento fuerte lo levantó, y el globo rojo subió, subió, subió. —¡Mira, Tomás! —exclamó mientras veía otros globos de colores. Pero pronto se dio cuenta de que no quería volar solo.
Tomás miró hacia arriba, preocupado por su amigo flotante. —¡No te alejes mucho! —le pidió con cariño. El globo, sintiendo el sincero deseo de Tomás de estar juntos, comenzó a descender suavemente, hasta estar cerca del niño nuevamente. —No te preocupes, Tomás. Me gusta volar, pero prefiero hacerlo contigo.
Tomás y el globo rojo pasaron el día jugando en el parque. El globo se elevaba y bajaba, como si danzara con el viento. Juntos compartieron risas mientras imaginaban formas en las nubes. Descubrieron que, aunque el cielo es hermoso, la verdadera felicidad es volar con un amigo.
Al caer la tarde, Tomás llevó al globo de regreso a casa. —Hoy fue un día maravilloso —dijo el globo, sintiéndose agradecido. Tomás sonrió y asintió, guardando su amigo rojo en un lugar especial. Desde entonces, cada vez que el viento soplaba, ambos sabían que siempre podrían volar juntos, llenos de sueños y amistad.