30th Jun 2025
Era un día soleado en el barrio colonial cuando Emily, una niña amante de los deportes y la música, salió de su casa. "¡Hoy practicaré mi guitarra y jugaré al fútbol!", exclamó con entusiasmo. Los colores vivos de las casas coloniales la hacían sentir como si estuviera en un cuadro, y su espíritu libre la llevaban a explorar cada rincón del vecindario.
Mientras pasaba por la plaza, escuchó el sonido de una guitarra. Se acercó y vio a un anciano tocando alegremente. "¿Quieres jugar con nosotros?", preguntó el anciano. "¡Claro!", respondió Emily, y pronto estaban rodeados de niños riendo, corriendo y haciendo música juntos.
Después de un rato, Emily decidió compartir su guitarra con los demás. "¡Vamos a tocar una canción juntos!", sugirió con una sonrisa. Los niños se reunieron alrededor, atentos a sus instrucciones. Con el ritmo de la música, cada uno tomó un instrumento improvisado: latas, palos y hasta sus propias palmas. El sonido lleno de risas y melodías resonó en la plaza, creando una sinfonía de alegría.
Al terminar la canción, Emily miró a su alrededor y se dio cuenta de que había hecho nuevos amigos. "¿Por qué no hacemos esto más seguido?", propuso un niño con una pelota de fútbol bajo el brazo. "¡Me parece una gran idea!", respondió Emily, emocionada ante la posibilidad de combinar sus dos pasiones. "Podemos reunirnos aquí cada sábado para practicar y jugar", sugirió el anciano con una sonrisa cómplice.
Con el plan establecido, Emily regresó a casa sintiéndose feliz y agradecida. Había encontrado un lugar donde sus pasiones se unían, y donde nuevos amigos le esperaban semana tras semana. Aquella tarde de música y deporte no solo colorió su día, sino que también pintó de nuevos tonos su vida en aquel vibrante barrio colonial.