6th May 2025
Alfredo era un niño alegre que siempre jugaba con sus amigos en el parque. Un día, mientras jugaba, se sintió triste sin saber por qué. Sus amigos, curiosos, le preguntaron: "¿Alfredo, qué tienes?". Alfredo sólo bajó la cabeza y respondió: "No lo sé... simplemente me siento triste". Sus amigos lo miraron con preocupación y decidieron jugar juntos, pero nada parecía alegrar a Alfredo.
Decidió ir al bosque cercano para estar solo y reflexionar. Mientras caminaba entre los árboles, sintió una brisa suave. De repente, encontró una flor marchita. Alfredo se agachó y miró la flor con cuidado. Sintió compasión por ella. "No te preocupes, flor," dijo con ternura, "te cuidaré". Regó la flor con agua y le dio un poco de sol, esperando que sanara.
Al día siguiente, Alfredo regresó al bosque con un pequeño regador. Se sentó junto a la flor y le habló como si fuera su amiga. "Hoy hace un bonito sol," le dijo, "seguro que te ayudará a crecer fuerte y bonita". Con cada palabra, Alfredo sentía cómo su propia tristeza se iba desvaneciendo poco a poco. La flor parecía escucharle, meciéndose suavemente con el viento.
Pasaron varios días, y Alfredo se ocupaba de la flor con cariño y dedicación. Con el tiempo, la flor empezó a recuperar su color y a levantarse con más fuerza. Alfredo sonreía al verla, sintiendo que, al cuidar de la flor, también se estaba cuidando a sí mismo. Sus amigos, al verlo tan contento, se unieron a él en el bosque, admirando juntos la hermosa flor que ahora florecía.
Finalmente, Alfredo comprendió que, así como la flor necesitaba amor y cuidados para florecer, él también necesitaba tiempo y cariño para sanar su tristeza. La flor se convirtió en su símbolo de esperanza, recordándole que las cosas pueden mejorar con paciencia y amor. Desde entonces, Alfredo no sólo cuidaba del jardín del bosque, sino que también cuidaba de su propio corazón, con la ayuda de sus amigos y la naturaleza.