8th Nov 2023
Había una vez un pequeño perrito que vivía en la calle. No tenía un hogar y siempre tenía que luchar contra otros perros grandes para sobrevivir. Un día, mientras caminaba por la ciudad, lo vi correr muy asustado. Decidí acercarme y ver si podía ayudarlo.
Lo recogí y lo llevé a bañar. El pobre perrito estaba sucio y lleno de pulgas. Mientras lo lavaba, pude notar la gratitud en sus ojos. Parecía que sabía que ahora estaría a salvo. Después del baño, lo envolví en una toalla y lo llevé a mi casa.
Cuando lo tuve en mis piernas, el perrito no dejaba de mirarme. Era como si me estuviera agradeciendo una y otra vez. Podía sentir su amor y su lealtad en cada mirada. A partir de ese momento, supe que no podía dejarlo ir.
Decidí darle un nombre al perrito. Lo llamé Max. Max se adaptó rápidamente a su nuevo hogar. Le di de comer, jugamos juntos y poco a poco se fue sintiendo más seguro. Una noche, saqué una pequeña cajita y le hice una cama calentita. Max se acurrucó dentro de ella y se quedó profundamente dormido.
Al día siguiente, recibí muchas llamadas de personas interesadas en adoptar a Max. Pero a medida que las escuchaba, me di cuenta de que no podría entregarlo. Max se había convertido en parte de mi familia. No podía imaginar mi vida sin él.
Hoy en día, Max vive conmigo y lo quiero mucho. Él trae alegría y amor a mi vida todos los días. Aunque empezó su vida en la calle, ahora tiene un hogar lleno de amor y felicidad. Estoy agradecido de haberlo encontrado y de poder darle una segunda oportunidad.